«Se vende casa ocupada con grandes descuentos». «Eximen a una mujer del pago de una deuda de 19.000.000 euros». «Los tractores bloquean las carreteras de España». Estas noticias y otras semejantes inundan los titulares de los medios de comunicación convencionales y los circuitos y redes sociales.
Incluso en alguna plataforma bien conocida se fomenta una esperpéntica competición por ver quién alcanza el primer puesto en el escalafón. Particularmente en el ámbito de la denominada ‘segunda oportunidad’ se ha alcanzado tal nivel de profesionalización que las hazañas de las más significadas liberaciones de deuda, se celebran como marcas olímpicas que acreditan el prestigioso medallero de los campeones.
No es difícil observar como en muchos ámbitos de la vida social, en esos espacios grises en los que cristalizan los valores dominantes de una época, se consolida un estado de opinión que no sólo exonera de responsabilidad al individuo por las consecuencias de sus decisiones, sino que legitima respuestas alternativas que violentan los consensos mayoritariamente alcanzados. A la cultura de la queja que tan magníficamente describiera Robert Hughes en su obra del mismo título- «papaíto siempre tiene la culpa» le sucede la cultura del incumplimiento «si no se puede, hazlo de todos modos».
¿Qué es lo que está sucediendo en las sociedades de la posmodernidad tardía para que se esté produciendo semejante inversión de los valores? No tengo las respuestas, pero me permito aventurar algunas inquietantes intuiciones.