La Administración no debe intervenir en campos que le son ajenos, pero sí garantizar una regulación justa y eficaz de estos y otros aspectos en un mundo cada vez más complejo, dinámico e interconectado. Y para ello deberá seguir evolucionando y adaptarse mejor al cambio: será preciso una orientación estratégica de cada uno de los niveles de la Administración y un comportamiento que no se limite a ser reactivo frente a los problemas, sino que actúe proactivamente realizando un análisis temprano de la evolución de las preocupaciones y necesidades ciudadanas.
Para afrontar estos y otros retos, la Administración de las próximas décadas será igual o más necesaria que ahora ya que el individuo por sí solo no puede responder a aspectos como la seguridad, el envejecimiento de la población, las desigualdades sociales, las crisis migratorias o los aspectos medioambientales.