
No cabe duda de que China es una gran nación. Paseando por los mercados callejeros de Shanghái o simplemente de camino al hotel por las kilométricas vías urbanas de Pekín, descubres que estás dentro de una civilización, una extraordinaria.
La imagen europea de tiendas minoristas de barrios, mini-restaurantes de mostrador y cocinas londinenses, o los mismos restaurantes económicos en España con dragones y rollitos, junto productos tecnológicos de segundo nivel son una imagen tremendamente distorsionada y extemporánea de lo que representa este país.
Para entender a China, hay que comprender que es una civilización histórica que tan solo durante 150 años dejó de ser lo que era y que ahora tiene un plan para recuperarse. China en mandarín significa la tierra de en medio, pero no en términos de longitud terrestre, sino de latitud universal: China se consideraba la civilización entre el mundo y lo celestial, el centro. Pero aun cuando fuera un imperio más poderoso que los homólogos europeos de la época, al contrario de estos, su expansión fue fronteriza y regional.
Los imperios británicos trataban de dominar los océanos tratando de conquistar Coruña, Cádiz, Suez, Singapur o Nueva Zelanda, y los Tercios españoles dominaban por 150 años los campos de batallas y el Imperio conquistaba Luisiana, Malvinas, Guinea Ecuatorial, Países Bajos o Filipinas.
China, por el contrario, era suficientemente vasta como para centrarse en sus límites, y esto le confería un cierto aire entre imperial y endogámico, si es que algún imperio no lo fuera.
China hoy en día, no ansía a ninguna agenda oculta de conversión de infieles capitalistas, si es que su comunismo no lo es, y aunque Beijing se afane en mostrar el Belt & Road Initiative (BRI) como la pieza necesaria para el desarrollo regional, desdobla los principios fundamentales de la Grand Strategy del Partido Comunista para el 2049; pero con una “ventaja”: al contrario que occidente, que precisa de comicios electorales periódicos que ligan los mandatos menoscabando cierta continuidad en las políticas, la estrategia China escoge a un líder, Xi Jinping para un proyecto, y a menos que el líder se descarrile, el proyecto goza de las garantías de un mando perpetuo que lo implante y legitime. Así, en el año 2017, celebrando el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, Xi Jinping hablaba de que China debía ponerse de pie, ser mucho más fuerte económica y tecnológicamente para el 2035; ser líder mundial en innovación y haber completado su modernización militar – para la que multiplica por cinco su presupuesto militar. Y para el 2049, China debería haber resuelto la situación de Taiwán y ser un país fuerte de clase mundial. Esta estrategia manifiesta expone a la región, que de facto ve como las flotillas chinas expulsan a los barcos faenando o explorando en las zonas legítimas de exclusión económica de los países vecinos.
Si viajamos por Antofagasta, Argel, Nuakchot, Luanda o Basora, las inversiones millonarias de China– que se tornan deuda y por tanto generan dependencia, representan un cambio de paradigma. Pero el 5G eleva la partida a otro nivel. El 5G no es una red de comunicaciones que dote de mejora de coberturas, sino que representa la Primera Revolución Industrial no promovida desde occidente que, según la Casa Blanca, podría crear vulnerabilidades de seguridad para las empresas y por tanto para la defensa y seguridad nacional.
El eje asiático del Pacífico contiene dos tercios de la población mundial, con gran dependencia del acceso al mar, y por lo tanto dependientes del país que garantiza la navegación, Estados Unidos. Los Estados Unidos aprendieron hace mucho las enseñanzas de Tucídides referidas a la Guerra del Peloponeso, acerca de la neblina y fricción de Clawsevich entre un poder hegemónico y una potencia creciente, que tiene la mala costumbre de materializarse en forma de guerra como nos advirtieran los ensayos de Harvard, adquiriendo importancia intervenir en los momentos adecuados para restar energía a esos efectos ascendentes.
China asciende silenciosamente a una posición que la Casa Blanca ya siente como amenazante. Estados Unidos hace lo que su geopolítica le dicta; al igual que China, lo que ocurre es que ambos imperativos, que no aspiraciones, llevan rumbo de colisión. Hay un espacio geopolítico para ambos poderes, y lo peligroso es que, en su búsqueda, las naciones muestran sus elementos de fricción, y la historia nos demuestra, que las dinámicas de escalada progresiva de eventos esporádicos supuestamente calculados pueden verse sujetos a otras variables accidentales que desaten el caos en una espiral sin control.
Son elemento menor si la disputa es sobre proteccionismo, el Mar del Sur de China, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, el Tíbet, los Uigures, atolones, pesquerías, yacimientos marítimos, la supuesta ocultación de datos de la pandemia del coronavirus, la fase 1 de los acuerdos bilaterales, o el 5G. Las fuerzas impersonales geopolíticas, no determinan pero modelan los impactos cruzados de las dinámicas derivadas de las dimensiones de los estados. Desde ese punto de vista, tanto los Estados Unidos como China, están haciendo lo que deben, lo que sus geopolíticas les dictan para prosperar, legitimo a sus respectivos ojos, si bien ambos países deberían escrutar elementos de equilibrio para que no se desaten otro tipo de espirales de fuerzas, las cinéticas, mucho más difíciles de controlar.
En Europa se evita utilizar la palabra Guerra, bueno, diríamos mejor en España; se identifica como un anacronismo del homínido menos civilizado. Sin embargo, en otros muchos países, como en Francia, la prestigiosa Escuela de Guerra Económica, describe sin prejuicios cómo lo países han de desarrollar sus estrategias teniendo muy en cuenta lo que dicho concepto representa como garantes del legítimo beneficios al que aspiran las naciones. Bajo estos preceptos fundamentales, los servicios secretos y la inteligencia son elementos integrantes de la política económica y la búsqueda de ese desarrollo legítimo de cualquier país.
Con realidades que sin duda aplaudirían hoy Richelieu o Macchiavello sobre la virtud estatal y la “razón de estado”, considerando siempre la virtud superior de lograr los objetivos del estado antes de cualquier otra consideración, existen fuerzas geopolíticas impersonales que actúan sobre los estados bajo la influencia de dimensiones más o menos estables, siendo la más estable de ellas la geografía. Los gobernantes de los estados – “lo que poseen visión de estado”, actúan en beneficio de sus poblaciones, pero ciertos imperativos constriñen su libertad de acción. Las propias aspiraciones de gobernantes autárquicos, por más peregrinas y megalómanas que pudieran parecer, están limitadas por esas realidades.
Por ello, la Casa Blanca “incita a una guerra económica dado que no desea más guerras militares”; pero para ejercer dicha modalidad de guerra, no son suficiente la proyección del poder económico y del político, hace falta la garantía del poder militar en una época en el que los grandes sistemas de armas y tecnologías armamentísticas son el soporte que permite garantizar la disuasión entre estados. Y por eso China multiplica sin cesar su arsenal militar al 2049.
José Parejo
Geopolítica y Estrategia.
Madrid, 18/06/2020.-
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