La crítica del sistema de administración de justicia —su lentitud, su ineficiencia, sus déficits— se ha configurado como una constante, un clásico lugar común que ocupa tradicionalmente un puesto de privilegio en las encuestas de opinión. Todos, también los profesionales del sector, nos hemos acostumbrado a convivir con un enfermo crónico,que languidece pero que no agoniza, y en cuya interminable convalecencia nos hemos instalado cómodamente. La obsolescencia de la estructura se corresponde también con un agotamiento del pensamiento.Por eso resulta tan refrescante un libro como “Pintar la Justicia”. No se trata de uno de esos tediosos manuales al uso plagados de agotadoras citas bibliográficas —la calidad de un texto es inversamente proporcional a la bibliografía que utiliza, decía Adorno—. Su título ya anticipa su pretensión. Pintar la justicia es convertir en protagonistas a los actores de la obra, es abandonar los sortilegios teóricos para asumir la perspectiva de quienes viven en el mundo real, es transformar la experiencia en el lenguaje inteligible del hombre común, del ciudadano que demanda una solución para su problema. Contemplar el mundo en estado práctico no es una perspectiva teórica. Se llama experiencia y ese es el material del que están hechas las dificultades y los problemas, pero también sus soluciones. Ese es el horizonte de esta obra, una reflexión coral sobre el estado de nuestro sistema de administración de justicia que combina la precisión y el rigor de quienes viven ese mundo con aquella remembranza amable que nos evoca la dimensión estética del arte. El libro contiene entrevistas realizadas por Alfredo Urdaci y oleos e ilustraciones de Javier Ballester, “Montesol”.