
Sinceramente recomendaría visitar los trabajos de Johan Rockström a quien todavía crea que el cambio climático es una falacia.
No es la primera vez: fue en 1543 cuando se publicó de forma póstuma la teoría heliocéntrica de Copérnico, a la que luego siguieron trabajos de los científicos como Galileo y Kepler, hasta que León Focault, en 1851, aportó la última prueba que obligara a los humanos a creerla. En aquella época, estos hallazgos científicos desafiaban los modelos ideológicos y las zonas de confort del establishment. A diferencia de hoy en día, sin embargo, ahora no podemos permitirnos esperar otros 300 años para ponernos de acuerdo, decidir y aplicar.
Naturalmente que la Transición Energética no será un camino de rosas. Es poco probable que las energías renovables expongan a los Estados a las mismas dinámicas geopolíticas tradicionales que hemos visto desde las raíces de la industria del queroseno a finales del siglo XIX y a otros fenómenos aparejados, como el creciente desarrollo monopolístico de los gigantes internacionales. Las fuentes de energía renovable son principalmente universales y, por su propia naturaleza, intermitentes, lo que conlleva un potencial mucho mayor de generación descentralizada. Ingenuamente, esto puede inducirnos a concluir que las energías renovables promoverán una suerte de extensión de la solidaridad global y de la seguridad energética. Sin embargo, el diablo está en los detalles, ya que las nuevas tecnologías y una parte fundamental de la industria de las renovables ancla su propia existencia en un puñado de materiales críticos de la Tabla Periódica de los minerales, hasta ahora disponibles en unos pocos países. Estos cambios en las materias primas necesitarán nuevas adaptaciones, lo que volverá a desatar perversamente la competencia “estatal”, interrupciones deliberadas de suministros y conflictos. En verdad, Fukuyama se equivocó, y la Historia – y la Geopolítica – están más viva que nunca…
Es necesario resaltar además, que la transición energética global pondrá a la electricidad de forma especial, en el centro de gravedad del sistema, haciendo que la atención se centre en redes inteligentes interconectadas, donde los electrones verdes verán nuevas vulnerabilidades por conflictos sobre derechos de propiedad intelectual, en medio de una acalorada competencia por avances tecnológicos. A pesar de todo, y sin embargo, el planeta requiere una intervención urgente.
Somos testigos de una época histórica en la que un mundo de hidrocarbonos busca desengancharse de forma vibrante, hacia una nueva realidad que no puede extenderse homogéneamente por las diversas geografías del planeta. Por el momento, la Unión Europea y el mundo miran al horizonte a corto plazo para garantizar la combinación necesaria de los mercados de crudo, electricidad y gas, donde las tendencias macroeconómicas, las interrupciones de la cadena de suministro, la realidad indo-pacífica y las estrategias extremas rusas siguen siendo aspectos vitales. De cara a la COP27 de noviembre, podemos prever que se reimpulsarán los temas tratados en la COP26. Entre ellos, el Compromiso Mundial sobre el Metano, los mercados voluntarios de carbono, el desarrollo y los avances en el marco normativo para los proyectos de hidrógeno, el CCUS (Carbon Capture Use Storage) y las NDC (Nationally Determined Contributions) de los países volverán a ocupar el centro de atención en el sector energético durante 2022, 2023 y los años venideros.
Mattew O. Jackson dijo que “la inmovilidad se produce cuando las personas acaban atrapadas por las circunstancias sociales en las que nacen: las redes en las que están integradas no les proporcionan la información y las oportunidades que necesitan para tener éxito”. La inmovilidad no es una opción, aunque pudiera estar socialmente aceptada. Esperemos que la humanidad lo entienda – y decida en consecuencia, más rápido de lo que lo hicimos con Copérnico.
Jose Parejo
Análisis Geopolítico e Inteligencia.
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