
Posiblemente conozcan aquel chiste del paciente que va a la consulta aquejándose de “megalomanía”. El doctor prudente le pide que le cuente su caso desde el principio, y el paciente comienza contándole como creó el sol, la luna, las estrellas…
Hace años, viajando por el sur de Turquía en las inmediaciones de la frontera siria, la militancia kurda que combatía a las fuerzas de seguridad turcas, derribaba un helicóptero comercial en una zona de Batman. Esos días, también atacaban una patrulla militar, matando a 13 soldados en el área montañosa Diyarbakir. Nada ha cambiado en el conflicto, pero si otras cosas.
Los kurdos, el pueblo sin estado, trata de ganar espacio vital entre las variadas regiones en que se expande sus comunidades. Mientras, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan les empuja fuera del territorio, les persigue dentro de los países vecinos y apoya a las fuerzas que les combaten en Siria. Las fuerzas armadas sirias, apoyadas por Moscú y Teherán han venido apoyando fuerzas contrarias a Ankara, y la naturaleza de aquella alianza, permite al presidente turco, atraer cierta empatía de los EEUU y de ciertos aliados de Europa. Es un momento histórico relevante, pero veamos lo que sí ha cambiado.
Y es que una promesa Neo Otomana trata de recuperar la pasada gloria imperial, convenientemente avivada por la reacción de los estados afectados por las pretensiones turcas, sin duda eficaces para desviar el foco político contra enemigos exteriores, alejando la mirada incomoda de los problemas domésticos del país.
Esa pasada gloria estaba soportada entonces, por una estructura centralizada y un aparto militar muy bien organizado, uno que colocaba al Califato musulmán como centro de gravedad, y en el que Anatolia se expandía hacia Austria, el Golfo Arábigo, Libia y Argelia; esto sería así hasta que se desmoronara en la Primera Guerra Mundial tras el tratado de Sevre. Ahora, el presidente Erdogan, aspira a reconstruir parte de aquella gloria, a expensas de un status quo actual, que no lo acepta y que coloca a Ankara en rumbo de colisión con países árabes del Golfo, con aliados europeos e incluso con Rusia, un antiguo competidor.
Desde finales del siglo XVI, las tensiones y los enfrentamientos bélicos, ruso-turcos han sido continuos y en muchas ocasiones desde el XVIII, han determinado el posicionamiento de las potencias occidentales en apoyo de Turquía. Ahora, ante las aspiraciones energéticas turcas en el Mediterráneo oriental, este es un beneficio lejano en el horizonte.
Sería especialmente después de la II Guerra Mundial y tras el advenimiento de la Guerra Fría y por tanto, la configuración de los bloques con sus sistemas de Defensa (OTAN y Pacto de Varsovia), que se estableció un inestable juego de equilibrios geopolíticos en el que Turquía adquirió un papel protagonista, al ser considerada por la OTAN, elemento pivote indispensable para frenar un hipotético ataque ruso en el flanco Sur, dotándola así de recursos técnicos, económicos y militares.
Después, con la caída del Muro de Berlín y por tanto de la Guerra Fría, el papel de Turquía ha perdido ese protagonismo, pero los medios destinados durante casi cincuenta años, han configurado un país militarmente fuerte.
Actualmente, la rivalidad ruso-turca se traslada no solo a suelos sirios, o al conflicto de Nagorno -Karabaj, sino que también se expande a los territorios libios. La vieja aspiración rusa de obtener una salida segura a mares templados, aquella que la impulsara a tomar Afganistán, genera el mismo objetivo hacia el Mediterráneo, elemento clave para llevar a cabo su influencia en el Sur de Europa, especialmente en los Balcanes. Esta aspiración choca de lleno con los intereses estratégicos de Turquía, que desde tiempo inmemorial ha controlado el acceso al “Mare Nostrum” desde el Mar Negro a través del Bósforo y los Dardanelos, cuello de botella para la flota rusa del Mar Negro (Черноморский флот ВМФ России, Rossiyskiy Chernomorskiy). De hecho, el año pasado veíamos reclamaciones sobre detección de submarinos pertenecientes a esta flota, supuestamente contraviniendo el Convenio de Montreux del 1936, que prohíbe expresamente a estas naves, las más ofensivas de los arsenales navales, pasar a través del Bósforo hacia el Mar Mediterráneo.
¿Dónde nos encontramos ahora? El gobierno ruso padece las sanciones generadas por el conflicto en Ucrania, que además se materializa entre otros, en la parálisis del gaseoducto Nord Stream 2 (a lo largo del mar Báltico y Dinamarca) a través del cual Rusia iba a suministrar gas a Alemania.
Pero en paralelo, en 2014 llegó a un acuerdo con Turquía para construir un nuevo gasoducto, el Turk Stream, que, partiendo de territorio ruso y bajo el Mar Negro, llegaba hasta la masa terrestre europea de Turquía. Este es un gaseoducto con dos líneas paralelas, una para los países del Sur de Europa, junto con Hungría y Austria; y la otra hacia Turquía, permitiendo al gobierno ruso diversificar sus rutas de distribución a Europa.
Hay un aspecto interesante aquí que merece una mención especial, y es que Moscú, de nuevo supo jugar su baza geopolítica: al igual que por el momento ocurre con la suspensión mencionada del Nord Stream 2 – pero que se encuentra casi finalizado bajo los auspicios de un Berlín que aspira a acceder a una fuente versátil de energía – el anterior proyecto de South Stream, fue duramente debatido, y finalmente tumbado. Ambos, el Nord y el South buscaban circunvalar a Ucrania, en su ruta hacia Europa. Sin embargo, el Turk Stream, ha gozado de menor interés mediático porque se presentaba como un proyecto menos ambicioso, que meramente buscaba satisfacer el apetito del mercado turco. Posteriormente se expandía hasta su actual recorrido, buscando crear un fuerte vínculo de dependencia con aquellos países del sur de Europa que son ideológicamente más cercanos al Kremlin.
En estas circunstancias la estabilidad del flujo a través del Turk Stream parte de la necesidad de mantener buenas relaciones entre Turquía y Rusia. El presidente ruso Vladimir Putin, no supo, o no pudo, aprovechar las benevolencias alcanzadas por los precios de los hidrocarburos para diversificar su economía excesivamente dependiente de los combustibles fósiles. La caída de los precios, inflación y devaluación del rublo actual, abren una vulnerabilidad que, de manera constante es equilibrada con potencia militar y proyección geopolítica. En este sentido, podemos enmarcar la compra del gobierno turco en el 2019, de una serie de misiles S-400 rusos, en detrimento de los sistemas de armas Patriots estadounidenses, lo que supuso un deterioro en las relaciones con la Casa Blanca. Esta maniobra vulnera las normas de la OTAN y ha puesto en entredicho el compromiso de Turquía con Occidente, algo que el presidente Erdogan, deberá calibrar con extremo cuidado ante la actual administración norteamericana de Joe Biden.
Decía Bertrand Russell que “el megalómano se diferencia del narcisista por el hecho de que el (megalómano) quiere ser temido más que amado”, y añadía, “a este tipo de personas pertenecen muchos lunáticos y la mayoría son grandes hombres de la Historia”. Quién sabe?, de hecho la ambición es un factor de las componentes de la geopolítica; pero aunque Ankara se encuentra temporalmente a salvo de las sanciones de la Unión Europea al ralentizar su asertividad en la exploración en el Mediterráneo Oriental, y también puede gozar de un cierto alivio ante el alto el fuego de la guerra en Libia, ahora debe contenerse. Y es que en definitiva, la postura turca en esos conflictos la aleja de una Unión Europea, a la que aspira a pertenecer; la aleja de una OTAN, que duda de su lealtad; también de Teherán y Damasco, confrontando a sus milicias en Siria; la aleja además de los países sunitas a los que pretende liderar, y la acerca a una Rusia con la que discrepa profundamente – so pena de que Turquía sea destino habitual del turismo ruso. En fin, que como las ciruelas negras son rojas cuando están verdes, y todo junto se escribe separado, mientras que separado se escribe todo junto…viendo todo esto, uno se podría preguntar ¿Quo vadis Turquía?.
Jose Parejo
Geopolítica y Estrategia.
22 Marzo 2021.