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COVID-19: Meditaciones posconfinamiento (Parte 3). Por Pedro García Barreno

Decidir entraña riesgos; puede ser errónea la propuesta. Pero el que no se equivoca para poder rectificar es el que no toma decisión alguna; basta con repetir «no se preocupen». ¿Les suena? 

Yo canto lo vulgar; 
Yo canto al aire libre, la libertad, la tolerancia» 
(Wall Whitman)

Las crónicas coinciden en que en la tarde del 12 de septiembre de 1517 se desató una galerna en el Golfo de Vizcaya, frente a las costas cantábricas. Atrapó a una nutrida flota que partió del puerto flamenco de Flesinga, en Zelanda, el día de la Natividad de Nuestra Señora, tras un año de preparación. Se habían planteado doce días de navegación para atracar en la salida natural de Castilla hacia la mar, el puerto castellano de Santander o, en el otro sentido, la entrada más accesible a Castilla. 

Qué vieron los ojos de Carlos de Gante cuando, empujado por la tormenta y los vientos aleatorios de los días siguientes, se forzó un cambio de rumbo que obligó a recalar, casualmente, en tierras maliayesas. Entre las crónicas que informan sobre este acontecimiento, si no contradictorias si difícilmente compaginables, destaca un relato de primera mano, entre libro de viajes y crónica política y por ello con cierto sesgo, escrito siete años después por un cortesano flamenco muy cercano al joven monarca. En él se presenta con mucho detalle el periplo de la corte desde su salida de Flandes hasta llegar siete meses después a Aranda de Duero (en confinamiento al escribir estas líneas). 

Qué no quiso ver al alba del 19 de septiembre: un país donde jamás llegó príncipe alguno; una comarca con un «pueblo y puerto» ­Estaçones, Astazonnes, Stationem: Tazones­ y una «pequeña villita» ­Puebla de Maliayo: Villaviciosa­. En la dicha villa no durmió el rey más de cuatro noches. No partió hacia Galicia ­promesa pendiente de cumplir por brote de peste­; tampoco hacia el murallón de sierra, picos, montes y cordillera. Optó por la ruta santanderina. Coronado Carlos I, último monarca medieval y primero de la Edad Moderna, aplacados los comuneros, largas estancias fuera de España y legítimo sucesor como Emperador del Sacro Imperio Romano, abdicó en su hijo para retirase en tierra extremeña. 

Todo el territorio ha, por supuesto, mejorado. Sin embargo, alguien, al final del periodo de la transición, espetó una frase que en su día tuvo su gracia y que ahora, cada vez más, se está haciendo realidad. Porque «a España no la va a conocer ni la madre que la parió», y aunque algunos se nieguen a reconocerlo y miren hacia otro lado, desmembrándose por un Alzheimer comunitario coincidente con una pandemia provocada por un «saco de malas noticias». 

Alguien con sentido común, recordando situaciones complejas, opinó que el problema es de tal magnitud que aceptando que la causa es biológica y, por tanto, incide de pleno en la biología -a todos los que se ocupan y preocupan por el asunto desde diversos enfoques: de las matemáticas a la clínica pasando por la industria-, ocupa a mucha más gente. Algo parecido a aquel comentario: «La nación, su historia, es más importante y compleja como para dejarla en manos, únicamente, de un determinado grupo». La pandemia actual sobrepasa, con ser fundamental, a la biología. Diógenes de Sinope -del que sabemos por lo que le dedicó su homónimo de Laercio-, el cínico que deambulaba intentando localizar, con la ayuda de un candil, hombres honestos, buscaría hoy, con la ayuda de una linterna led, «Políticos». Difícil, porque en medio de esta catástrofe están desperdigados. 

No de retiro sino de vacaciones ­dicen que merecidas­ en tiempos turbulentos. Asturias ha sido elegida esta vez ­con el mismo recelo que sus moradores mostraron centurias atrás­ no por galerna sino por pandemia; como lo fue la isla refugio de creadores, la reserva de especies en peligro de extinción o una visita apresurada a donde se gestó el arte universal. Siguiendo el ejemplo de aquellos personajes «responsables», otros que se dedicaban a intentar paliar la tormenta han tomado igual postura. Que los primeros prolonguen sus estancias sería beneficioso; el debilitamiento de la atención a los enfermos, no.   

Que hacemos mal o no hacemos bien. El borceguí nos priva de una entrada golosa de divisas; aunque el club hispalense ha salvado los muebles. Arde, por segunda vez, un hospedaje lujoso en lugar antes soñado, y el fuego calcina por doquier. El sueldo mínimo de subsistencia no llega, el paro se dispara… pero falta mano de obra que urge en sanidad y educación. Con el país decrépito, en el filo de la navaja, no parece que sea el momento más apropiado de reivindicaciones, en ocasiones acertadas pero otras manipuladas. Todo parece casta y caspa; antes, aparentemente, los que añoraban al libertador Don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad estaban distanciados, en polos opuestos. Pero una vez asegurada una buena mansión y suculenta jubilación, la relatividad se impone. Para que el pueblo mejore. Los okupas proliferan, pero los escraches no son tolerados por quienes los promovieron, porque en periodo vacacional son intromisiones perturbadoras de la tranquilidad familiar. También inquieta que presuntas irregularidades se juzguen según el cristal con que se mire. 

Nuevos brotes dispersos, casi ubicuos, representan un monto superior al del 14 de marzo, sin tener en cuenta la diferencia en el número de pruebas realizadas antes y ahora. Con todo, el país ocupa el último lugar de la Unión Europea (+ UK) en cuanto a la eficacia de las medidas aplicadas hasta ahora; tampoco es despreciable que encabece la lista de los que se debe rehusar pisar, excepción del territorio ultraperiférico. Las tanato-residencias causan escalofríos. La descoordinación y falta de previsión de los diecisiete servicios de salud fue escandalosa. 

Una carta enviada por un puñado de profesionales y publicada por una revista de prestigio en al ámbito médico, reclama una auditoría externa de lo hecho y dejado de hacer. Una especie de libro blanco sobre la cuestión. Recuerda a otros estudios concienzudos sobre otros problemas perennes. Podría aventurarse que los datos están en las hemerotecas desde hace tiempo. No más análisis -por supuesto sin echar la culpa a nadie, solo pensando en la salud de la ciudadanía- y más propuestas concretas. El país que lideró la lista negra inicial, lejos de pedir árnica ha revertido la situación y se sitúa en cabeza de los aciertos. También, quién abrió la ruta de la seda y exportó sin aranceles la nueva edición corregida y aumentada del Apocalipsis, lleva semanas afinando la séptima trompeta y ocupándose de cómo mejorar el tinte del producto. 

Por fin, las Comunidades Autónomas se han sentado con el Gobierno y han pactado unánimemente una serie de medidas comunes. Noticia novedosa y aplaudible por ser el primer acuerdo nacional en Salud Púbica. Todo lo aprobado entra en el redil de lo prohibido. Nada que objetar al intento de acorralar al bicho. En esto los representantes del pueblo llano -que incluye los expertos- han ganado por la mano: once medidas, tres recomendaciones y una indicación de observancia. Pero hay que ponerlo en práctica, que es otro asunto. 

Pero si covid es asunto de alta política, más de una faceta social debe atenderse. Primero la salud y la alimentación que la sustenta. Inmediatamente después o a la par, la educación. Si hubo consenso en las medidas sanitarias, ¿cuál es el problema para llegar a un acuerdo en educación? El estado de alarma para combatir la crisis sanitaria sirvió, entre otros malabarismos, para elaborar una posible ley orgánica de educación que olvidó que las matemáticas no solo existen, sino que son la base de los currículos de aquellos países que para nosotros quisiéramos. Pero el olvido se tragó que había que confeccionar estrategias para el retorno, sobre todo, escolar. Decidir entraña riesgos; puede ser errónea la propuesta. Pero el que no se equivoca para poder rectificar es el que no toma decisión alguna; basta con repetir «no se preocupen». ¿Les suena?


Pedro R. García Barreno 
Médico, 1965 
Careñes, Villaviciosa, Principado de Asturias. Agosto 2020.

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