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¿Determina nuestra personalidad nuestro voto?

"Entender las raíces de las preferencias políticas y de las decisiones de voto, así como de los múltiples factores que inciden sobre ellas es de capital importancia en todas las sociedades, especialmente en las democráticas. "

Entender las raíces de las preferencias políticas y de las decisiones de voto, así como de los múltiples factores que inciden sobre ellas es de capital importancia en todas las sociedades, especialmente en las democráticas. La psicología política es una rama de la psicología que se ocupa de todo lo relacionado con las actitudes y comportamientos políticos.

Desde los años 60 del pasado siglo se pensó que la personalidad podía ser un factor importante a la hora de configurar el perfil político de las personas. ¿Podrían identificarse personalidades de “derechas” y de “izquierdas”?  El psicólogo y filósofo Silvan Tomkins pensó, partiendo de trabajos previos del grupo de Adorno en los años 50, que la dimensión izquierda-derecha podía ser algo que describiese las personalidades mucho más allá de lo estrictamente político. Es decir que elegir votar derecha o izquierda no sería más que una de las características que definirían a ciertos tipos de personalidades. Lo que Tomkins intuyó fue que había una manera de pensar, de conceptualizar, el mundo propia de las personalidades de izquierda y otra propia de las de derecha. Para confirmarlo construyó un test en el que se pedía a la gente que, en una serie de pares de frases, eligiese la que reflejaba mejor su manera de ver las cosas. Las frases decían cosas como: “los números fueron descubiertos” vs. “los números fueron inventados”. Los pensadores de “modo izquierdo” elegían consistentemente que los números fueron inventados y los del “modo derecho” que fueron descubiertos. En cuanto a la manera de criar o educar a los niños los del modo derecho preferían educar siendo rigurosos y los del izquierdo hacerlo como si fuesen “flores a las que se ha de alimentar y dejar crecer” naturalmente. Al preguntarles si creían que la gente era fundamentalmente buena o mala, los del modo derecho decían que mala y los del modo izquierdo que buena: las creencias sobre la naturaleza esencial de las personas eran un elemento crítico en esta dimensión izquierda-derecha de la personalidad. Tomkins confirmó que la personalidad derecha, a diferencia de la izquierda, sentía cierta incomodidad con las emociones y clara preferencia por la jerarquías (quizás como medio de control de las emociones). En cuanto a las reglas, los del “modo izquierdo” las veían como algo inventado por los hombres, algo que podía ser cambiado (¡incluyendo a las reglas que rigen cosas matemáticas!) mientras que los del derecho pensaban en ellas como algo que existe independientemente de los humanos, estos solo las han descubierto. Para los de derechas las reglas son algo a respetar, para los de izquierdas algo cambiable.

Naturalmente esa dicotomía era así de clara entre los extremos puros de uno y otro tipo de personalidad. Hay muchas personas en las posiciones intermedias del continuo pero lo importante del estudio es que puso de manifiesto que hay algo parecido a una especie de dimensión izquierda-derecha de la personalidad que determina el modo en que miramos muchos aspectos fundamentales del mundo, incluyendo los políticos. Por eso las personas en las posiciones más extremas en esta dimensión tienen dificultades para entenderse.

Es el momento de señalar que, aunque haya diferencias muy claras en la manera de pensar entre ambos extremos, a la hora de actuar las diferencias pueden difuminarse. ¿Por qué? Porque hay otros componentes en la personalidad que también determinan cómo actuamos. R. McCrae, que creó el conocido modelo de personalidad de los Big Five, lo explica en su modelo. Este tiene cinco dimensiones, una de ellas, la denominada Openness (apertura a la experiencia), coincide plenamente con la mencionada dimensión izquierda-derecha de Tomkins. Las otras cuatro dimensiones, independientes de esta, también determinan los comportamientos, pensamientos y sentimientos de las personas: conciencia (sentido del deber o compromiso), extroversión, amabilidad (agreeableness) y neuroticismo. Así, si una personalidad “izquierda” no gusta de las jerarquías, pero tiene un alto nivel de conciencia (sentido del deber), actuará en general conforme a las reglas.

Pero a la psicología política lo que le importa es si estas diferencias en las personalidades “izquierda” y “derecha” se pueden observar también en la vida política entre los partidarios de unas y otras tendencias. Esto es lo que terminaría incidiendo en los programas políticos, en las campañas, en los votantes a los que atraen los partidos y en los resultados electorales. Esto es lo que, a efectos prácticos, interesa realmente.

Los investigadores Jost y Amodio publicaron en 2012 un completo estudio sobre las características de personalidad más definitorias de los partidarios de derechas y de izquierdas. Como los estudios se han hecho sobre todo en USA hay que aclarar que en el lado izquierdo se suelen agrupar allí a los liberales (no los liberales económicos, que son republicanos) y a los izquierdistas (que incluyen a los que antes se identificaban con socialistas, comunistas y anarquistas). En conjunto a todos estos se les denomina progresistas.

A la derecha del centro tenemos en USA a los conservadores moderados y, más allá, a los ultraconservadores de diversos tipos. La derecha europea y la americana difieren en que los últimos son mucho más individualistas y abogan por un estado más ligero que no interfiera en sus vidas.

Aclarado esto, el estudio de Jost y Amodio mostraba cómo rasgos como la ansiedad, el dogmatismo, la intolerancia a la ambigüedad y la necesidad de orden correlacionaban positivamente con el conservadurismo y negativamente con el liberalismo. Inversamente la apertura a nuevas experiencias, y la tolerancia a las situaciones ambiguas y a la incertidumbre correlacionaban positivamente con el liberalismo y negativamente con el conservadurismo. Además, demostraban que los de derechas no solo “temían” más a las emociones que los de izquierda, sino que tendían a reaccionar con ansiedad y a sentirse amenazados ante la incertidumbre y la ambigüedad (lo que explicaría el dogmatismo y la evitación de lo nuevo).

Muy recientemente, en una excelente investigación, Lene Aarøe, Bang y Arceneaux (2020) examinaron en profundidad la existencia de uno de los rasgos diferenciales que se suelen identificar entre conservadores y liberales: el sentimiento de asco/repulsión hacia la basura, restos biológicos, contacto con personas desconocidas, etc. Ese sentimiento da lugar a comportamientos activos de evitación que se considera forman parte del llamado Sistema Conductual Inmune. Este sería la manifestación comportamental del sistema inmunitario para evitar una de las mayores amenazas para la vida: la cercanía con los patógenos. El sistema hace obvia su activación a través de la emoción de asco, que precede a las conductas de evitación. Señales como las marcas de nacimiento, obesidad, color de la piel o, simplemente, los desconocidos, pueden disparar su activación. Pues bien, se ha encontrado evidencia en estudios con rigurosos controles experimentales, de que el umbral de activación del Sistema Conductual Inmune (SCI) es netamente más bajo en los conservadores que en los liberales.

Se ha encontrado que quienes tienen Sistemas Conductuales Inmunes más sensibles tienden a ser más prejuiciosos respecto a grupos sociales distintos del suyo y a adoptar posiciones políticas conservadoras. El valor de este hallazgo está en que apunta hacia las diferencias biológicas como una posible causa de las diferencias políticas. 

Efectivamente parece haber una correlación sólida entre el funcionamiento del SCI y las tendencias partidistas. Esto es crucial si tenemos en cuenta que la identificación o simpatía por un partido y la decisión de voto son las principales elementos de involucración política a nivel individual (Palmquist, & Schickler, 2002). Así, los individuos con alta motivación para evitar los patógenos  serían más propensos a votar partidos con posiciones más conservadoras , excluyentes en lo social (Iyer, & Haidt, 2012, Brenner & Inbar, 2015) y promotores de la conformidad cultural. También se han encontrado correlaciones positivas y sólidas entre quienes muestran una  alta evitación de patógenos y los comportamientos y estrategias sexuales más restrictivas -menor promiscuidad sexual- (Tybur y otros., 2015a).

Se ha investigado (R. Kanai, T. Feilden y G. Rees ,2011) incluso la existencia de posibles diferencias entre las estructuras cerebrales de conservadores y progresistas y, aunque estos estudios se deben tomar con extrema precaución, se ha encontrado que los conservadores tendrían el lado derecho de su amígdala de mayor tamaño. Esa zona se relaciona con la percepción de amenazas y el manejo de conflictos. La hipótesis es que los conservadores detectan más amenazas y perciben más peligros que los progresistas. La neuropsicología está entrando en este terreno de lleno.

El autoritarismo de izquierdas ha sido mucho menos estudiado, pero Ellis (1998) y Lalich (2004) hallaron evidencias claras de autoritarismo, rigidez extrema de pensamiento e incluso de tendencia a la violencia en grupos autoposicionados como de extrema izquierda. Hallaron también que, aunque proclamaban la libertad de expresión, en realidad todos seguían los dictados del círculo cercano al líder, que era dominado por él/ella. Brillan por su ausencia muchos más estudios que analicen la personalidad de estos izquierdistas extremos, tan dañinos para la humanidad en los últimos 100 años. Los estudios de personalidades autoritarias se centraron en los nazis sobre todo y, desde ellos, se generalizaron conclusiones a otros derechistas que nada tenían de nazis, sin embargo, llamativamente, no se ha profundizado en los perfiles de extrema izquierda que masacraron y masacran aún a sus propios conciudadanos. Es justo reconocer que los estudios muestran un cierto sesgo ideológico. Las ciencias sociales siempre corren el riesgo de incorporar a sus hipótesis y teorías los prejuicios sociales más extendidos o más políticamente respaldados.

Queda mucho por descubrir, pero las teorías que estos hallazgos sugieren son realmente interesantes y podrían llegar a modificar las estrategias y contenidos de las campañas políticas, así como la acción de los gobiernos. Cuando sociológicamente un país se manifiesta como más de izquierdas que otro (el caso de España puede revisarse en el artículo https://juansanandres.com/2020/10/16/espana-sigue-siendo-diferente/ ) , ¿quiere decir que tiene más ciudadanos “abiertos a la experiencia” (Openness) que otro tradicionalmente más conservador? ¿Qué impacto puede tener una campaña electoral de un partido centrista sobre los alineados con la izquierda o de derecha si esos alineamientos los dicta en buena medida la personalidad?

Sí, la personalidad condiciona mucho nuestra orientación política, pero un esfuerzo sincero por observar con ecuanimidad y alcanzar la lucidez pueden ayudarnos a construir un mundo más inteligente y justo.

Juan Francisco San Andrés. Psicólogo

Blog: https://juansanandres.com/blog/ Miembro de la International Society of Political Psychology (ISPP) v

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