
He de reconocer, que cuando los chicos del DOMUND, siempre amables, me vienen a colocar pegatinas en la solapa a cambio de alguna pequeña cantidad, siempre suelo preguntarme sobre lo cerca que habrán estado estos chicos, sus padres o sus abuelos del continente al que tratan de ayudar. Toda ayuda es buena por supuesto, y hay honestidad en el intento. Obviamente tampoco ellos han visto lo que hicieron algunas tropas de Naciones Unidas a las tribus kamajors de Sierra Leona; bueno, en realidad esas cosas no suelen verse.
Pero lo que si tengo claro es que un viaje a aldeas para practicar la medicina, o un viaje exótico a conocer rinocerontes, están muy lejos de mostrar a este gran continente.
Cuando los mapamundis con proyecciones de Mercator comenzaron a producirse, los aventureros europeos crearon artificialmente una representación eurocéntrica que disminuía el tamaño del continente africano en beneficio de una Gran Europa – la historia escrita por los vencedores, obviamente, y como el Imperio británico se extendería en el tiempo más allá del español, Trafalgar quedó con una plaza central en Londres y a Blas de Lezo se le olvidó incluso en las escuelas españolas.
Pero siguiendo con África, aquellos aventureros europeos también descubrieron algunas grandes verdades sobre el continente africano; por ejemplo que África es un continente bendecido por biodiversidad y riquezas naturales, pero al mismo tiempo victimizado por esa misma geografía que la mantuvo apartado primero de las grandes civilizaciones, y que no se ha mostrado benigna para el comercio y el intercambio cultural entre sus propias gentes y hacia el exterior. Ríos difícilmente navegables con corrientes y saltos descomunales, se entrecruzaban con bosques espesos y sabanas que se secan a medida que avanzan desde el Kalahari hasta la meseta etíope y progresivamente hacia el desierto del Sahara, la verdadera frontera con Europa. El Mar Mediterráneo enlaza el Magreb con Europa en un abrazo estrecho. Y esto es a pesar de las operaciones aeronavales, y las aspiraciones Neo-otomanas que zigzaguean desde el Mare Nostrum oriental hasta el cercano Trípoli que conquistara Fernando el Católico. Estas aguas dejaron de ser una barrera, más que para los desafortunados africanos que naufragan víctimas de la huida de la pobreza; una que aprovechan a veces los grupos yihadistas para llegar a nuestras costas, pero donde los genuinos viajeros son aquellos que dejan sus poblados de escasez de agua y alcantarillado, pero donde pululan los teléfonos inteligentes y chinos y la televisión por satélite en las que occidente les descubre un mundo donde se puede prosperar; allí juegan al futbol y llevan camisetas del Real Madrid y del Barcelona, y se han inmunizado contra la imbatible malaria llevando el numero en la espalda de Sergio Ramos; a fin de cuentas, en los Estados Unidos los jóvenes del Bronx aprendieron que boxeando podían hacerse millonarios. Los chicos de África han aprendido que dándole patadas a una pelota también podrían serlo. Por tanto merece la pena cruzar el mare Nostrum, a pesar de los pesares.
La historia tiene muchos vericuetos y cuando a finales del siglo XIX y en solo tres meses, se decidía en Berlín el reparto de África, por supuesto sin necesidad de invitar a ningún representante africano – para qué, se delimitaron aquellas fronteras artificiales dibujadas en un mapa que desatendía a las comunidades que separaban, y juntaba a enemigos que ahora eran compatriotas. Los tuaregs eran separados y siguen errando entre estados sobreviviendo o vendiéndose al mejor postor. Y aquellas líneas se mantuvieron prácticamente inamovibles hasta la llegada de los periodos revolucionarios de independencia de los 60s junto con numerosas guerras civiles. La Primavera Árabe en comparación, ha sido un paseíto por el jardín; y paseado por él, el padre de la polemología de las guerras, Gaston Bouthoul, habría pasado horas exponiendo las diferentes razones subyacentes.
Pero aunque de aquellos tiempos siga habiendo hoy reminiscencias, tampoco podemos ser tan inocentes y extemporáneos como para caer en un victimismo exacerbado que alivie nuestras almas morales, mediante el acoso al colonialista desde el sofá del salón – o tirando estatuas por la muerte inadmisible de George Floyd. En gran medida, África adopta el control de su propio destino, y no es culpa del colonialismo que muchos lujosos coches de alta gama y grandes villas de los barrios pudientes de Londres o París, sean propiedad de hombres de negocios africanos, que se tornan muchos más austeros cuando vuelven a sus países. Ni que haya presidentes que pretendan mandatos vitalicios. Viviendo en África ves cosas muy bellas en el corazón de las personas, pero también ves minúsculas elites nativas, que se benefician de un modelo en el que prima y prevalece como paradigma, el beneficio personal sobre cualquier sentimiento de pueblo o solidaridad.
Como estudiante eterno, tengo mucho que aprender y poquísimo que enseñar; pero si aprendí a observar los amplios maremotos de la historia desde las propias olas, antes que desde el despacho ahora. También aprendí a ignorar a quienes presidieron los designios de los pueblos porque, a pesar de todo, son efímeros. Los líderes y gobernantes van y vienen por cortos períodos de tiempo en comparación con los periodos en que se forman las montañas y que, a veces, determinan mucho más a los pueblos. Y en África, un continente de bellezas y virtudes descomunales, siguen formándose montañas.
José Parejo
Geopolítica y Estrategia.
22 Junio 2020.
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